Ediciones Médicas
Dr. Salvador Mazza

Dr. Salvador Mazza

Nació en Buenos Aires en junio de 1886 y fue criado en Rauch, provincia de Buenos Aires. A los 10 años ingresó al Colegio Nacional de Buenos Aires. Al terminar los estudios secundarios se inscribió en la Escuela de Marina de Guerra, pero a raí­z de un problema médico fue rechazado.
En 1903 ingresó a la Facultad de Medicina de Buenos Aires: Al mismo tiempo que estudiaba fue inspector sanitario y participó de las campañas de vacunación en la provincia de Buenos Aires. Comenzó a conocer el interior del paí­s, asolado por las endemias.
También participó en la polí­tica estudiantil y formó parte del Centro de Estudiantes de Medicina. Mazza se convirtió en bacteriólogo, laboratorista clí­nico y patólogo. Siempre trató aprender todo lo que podí­a con la finalidad de perfeccionar sus posibilidades de investigación. En 1910 alcanzó el anhelado tí­tulo de médico.
Se doctoró en la misma universidad y fue nombrado bacteriólogo del entonces Departamento Nacional de Higiene. Estuvo a cargo de la organización del lazareto de la isla Martí­n Garcí­a, lugar donde los inmigrantes hací­an cuarentena antes de entrar al paí­s, y de un laboratorio cuya función era la detección de portadores sanos de gérmenes de cólera.
La docencia no le fue ajena, y a partir de 1916 ocupó el cargo de Profesor suplente de la cátedra de Bacteriologí­a del Dr. Carlos Malbrán, a quien sucedió en la titularidad luego de su renuncia.
También en 1916, el ejército lo designó para el estudio de las enfermedades infecciosas, la sanidad militar y la técnica de microfotografí­a en Alemania, Austria y Hungrí­a en medio de la 1ª Guerra Mundial.
Fue, del mismo modo, Jefe del Laboratorio Central del Hospital de Clí­nicas de Buenos Aires y, durante un corto perí­odo, trabajó desde las filas del Ejército en la modificación de la vacuna antití­fica que se inoculaba entonces a los conscriptos, y también en ese año estudió y obtuvo con el Dr. Rodolfo Kraus una vacuna que requerí­a una sola dosis.
En 1920, fue nombrado director del laboratorio central del Hospital Nacional de Clí­nicas y docente de la cátedra de Bacteriologí­a.
En 1923 viajó a Francia para iniciar otro perí­odo de perfeccionamiento. Ese año se trasladó a Túnez. El director del Instituto Pasteur de esa colonia francesa era Charles Nicolle, gran entomólogo y bacteriólogo, al que se lo consideraba como el segundo Pasteur. Nicolle, con su sabidurí­a y su cultura humaní­stica deslumbró a Mazza, quien encontró en el francés a un maestro. Lo definió como “el padre espiritual de todos mis trabajos”.
Recorrió el Magreb -el norte de África- durante un año y medio. Regresó a Buenos Aires y fue nombrado jefe del Laboratorio y Museo del Instituto de Clí­nica Quirúrgica. En 1925, pensó el beneficio que traerí­a una visita de Charles Nicolle, lo que se concretó ese año. El francés estudió las patologí­as autóctonas del Norte argentino.
Al comprobar la situación de desamparo de los médicos del interior frente a las graves endemias, el francés decidió apoyar a Mazza en el proyecto que vení­a planificando desde hací­a un tiempo: la creación de un instituto que se ocupara del diagnóstico y estudio de enfermedades de la zona, muchas de las cuales eran desconocidas. Mazza no se habí­a mantenido indiferente a los estudios del doctor brasileño Carlos Ribeiro Justiniano Das Chagas y a su transitorio fracaso al presentarlos en Buenos Aires. Quizá los datos aislados y contradictorios que habí­a recibido sobre la nueva enfermedad se sumaron a sus propias investigaciones en animales y lo llevaron a sugerir la creación en nuestro paí­s de un instituto que se dedicara a estudiar las enfermedades propias de la región. Así­, en 1928, con el apoyo de Nicolle, organizó la primera Sociedad Cientí­fica de Jujuy, entidad dedicada al estudio de las enfermedades propias de la región y que pronto tendrí­a filiales en la mayorí­a de las provincias del norte, oeste y este argentino.
Con este impulso, en 1928 se creó, desde la Facultad de Medicina, la Misión de Estudios de Patologí­a Regional Argentina (MEPRA), de la que Mazza fue director.
La MEPRA organizó un itinerario por el interior del paí­s y se ocupó de enrolar médicos y cientí­ficos de los cuatro puntos cardinales. Simultáneamente, y para reforzar las investigaciones, se fundó la Sociedad Argentina de Patologí­a Regional: el estudio y diagnóstico de las endemias pasaba a estar en franco proceso de expansión por todas las provincias. Contaba con un equipo multidisciplinario que se ocupó de todas las patologí­as regionales humanas y animales, realizando múltiples actividades terapéuticas, de investigación y docencia.
Mazza consiguió que le construyeran un vagón de ferrocarril y que le otorgaran un pase libre para transitar con él por todo el paí­s. Con el vagón “E-600”, equipado con un laboratorio y un consultorio completos que él mismo diseñó, recorrió infinidad de regiones argentinas. Convertido en un explorador y adelantado sanitario, llevó a cabo 11 viajes por el noroeste argentino y traspasó las fronteras llegando a Bolivia, Brasil y Chile. En su periplo, diagnosticó el primer caso americano de leishmaniasis, una enfermedad que afecta la piel y las mucosas, y retomó los estudios -desprestigiados por la comunidad cientí­fica brasileña- que Carlos Chagas habí­a realizado a principios de siglo en el Brasil sobre la enfermedad producida por el Trypanosoma cruzi.
La enfermedad de Chagas es patrimomio exclusivo de Latinoamérica.
La vuelta a las investigaciones de Chagas tuvo lugar cuando Mazza relacionó a los afectados por la sintomatologí­a del un mal común en el noroeste argentino -fatiga crónica y afecciones cardí­acas que ocasionaban la muerte- con el hecho de que durante los primeros años de sus vidas estuvieran expuestos a la picadura de unos insectos parecidos a las cucarachas, las vinchucas. Con gran laboriosidad, consiguió demostrar mil casos de la enfermedad y descubrió la presencia del Trypanosoma cruzi en los corazones enfermos.

En forma indiscutible, Mazza estableció que el vector portador del mal era el Triatoma infestans, conocido comúnmente como vinchuca, y que el parásito era transmitido por el insecto mediante la defecación que se producí­a al picar para alimentarse de sangre. Los logros de la Misión trascendieron las fronteras argentinas y se difundieron a paí­ses limí­trofes, además de ser reconocidos por numerosos cientí­ficos de todo el mundo. Como sí­ntesis de la acción de la MEPRA puede decirse que esta entidad no sólo ratificó la enfermedad de Chagas cuando ésta era negada tanto en el orden nacional como internacional, sino que logró grandes adelantos en el estudio de los sí­ntomas y lesiones causados por la enfermedad.
En su extenso itinerario investigó y enseñó a muchos médicos que requerí­an su ayuda.
Además del norte argentino también recorrió el sur desde el Lago Argentino hasta el cerro Zapaleri, desde Caleta Olivia hasta Puerto Irigoyen, explorando, enseñando, estudiando sin descanso y sin tregua, haciendo todo de a centenares: extracciones de sangre, cultivos, exámenes serológicos, inoculaciones, biopsias, etc. Todo lo realizó sin preocuparse por la precariedad de los medios o por lo difí­cil de las situaciones: desde una punción lumbar en una carpa de un campamento de obreros ferroviarios, hasta una autopsia realizada en el suelo, al aire libre, en una tolderí­a indí­gena. Se lo podí­a ver también en villorrios, dando clases o haciendo demostraciones prácticas para uno o dos médicos a fin de interesarlos en el estudio de las endemias rurales.
Al identificar la enfermedad y su vector, se estaba en condiciones de combatirla, y el método postulado por Mazza era la toma de conciencia por parte de la población y, en especial, de las autoridades. La acción concreta se basaba en mejorar las condiciones de vivienda para erradicar la vinchuca, que anida en las paredes de barro, techos de paja y en los recovecos de los ranchos. Pero la lucha por lograr una mejor calidad de vida para las clases populares, le costó al médico chocar contra los intereses creados: las autoridades provinciales tomaron como una locura el pedido de agua potable y sanitarios y consideraron a Mazza como un adversario.
Pero tampoco los infectados no terminaban de creerle que el mal era originado por la acción de un insecto tan tí­mido y común en lo cotidiano como la vinchuca. Sin embargo, Mazza no abandonó su pelea.
De pueblo en pueblo, se dedicó a hablar con médicos, autoridades y, en especial, con la gente buscando dejar en claro que la única forma de combatir el mal de Chagas era mediante una polí­tica sanitaria efectiva.
En el año 1942, Mazza se comunicó con Sir Alexander Fleming, descubridor de la penicilina, con el objeto de obtener un cultivo original del hongo Penicillum notatum para intentar la producción experimental del nuevo antibiótico en Argentina. Después de reiterados fracasos e infinidad de dificultades, en 1943 logró producir penicilina. Ese mismo año se comenzó a fabricarla comercialmente en Estados Unidos. Inmediatamente la institución envió muestras al extranjero y así­ se comprobó que el medicamento obtenido en Argentina estaba a la altura del producido en otras partes del mundo. Sin embargo, el gobierno argentino mostró un desinterés no esperado, por cuanto no habí­a en el paí­s ni una ampolla del antibiótico y toda la producción extranjera era requisada para atender las necesidades de las tropas de la guerra europea.
Luchó hasta el dí­a de su muerte, que no sólo lo sorprendió a él sino también a su proyecto. Fue en Monterrey, México, el 9 de noviembre de 1946, mientras dictaba una conferencia en un congreso médico. Si bien la causa principal fue un infarto, detrás del accidente coronario -según indican algunas anotaciones de su médico personal- acaso haya estado presente el Tripanosoma cruzi. Una paradoja de la vida.
En 1959, la Universidad cerró definitivamente la delegación Buenos Aires de la MEPRA por no creerla necesaria. Se perdieron sus preparados y archivos de investigación. La organización que habí­a tejido en la mayor parte del territorio nacional comenzó a desmoronarse.
Pero su legado es muy fuerte y la obra continúa en pie, sostenida por médicos e investigadores que no dejaron de luchar contra la enfermedad de Chagas y contra las necesidades que aún hoy continúan insatisfechas.
Mazza, que todaví­a no es ni conocido ni reconocido como debiera serlo por su trayectoria, contó con más complacencia en el extranjero que en su propio paí­s: ya en 1944 se habí­a publicado en Bélgica una biografí­a de Mazza, quien al conocer su contenido comentó: “Se dice allí­ que soy un sabio, pero no existen más sabios. (…) Hubiera preferido que se dijera que soy un hombre tesoneramente dedicado a una disciplina circunscripta y en la cual hago lo posible para no dar pasos hacia atrás…”
De carácter áspero y pasional, frontal y audaz, le faltaba la habilidad de obtener el beneplácito del poder.

Fuentes
A 50 años de la muerte de Salvador Mazza. Armando Doria. Artí­culo publicado en la Revista EXACTAmente, Año 4, Nº 8, mayo de 1997. www.fcen.uba.ar/
– Dr. Salvador Mazza: El ejemplo de la lucha Autor: Dra. Matilde Sellanes 12/26/2003.
– Portal Educativo Mendoza. Edu.Ar, Gobierno de Mendoza, 2003.
– Biografí­a de Salvador Mazza http://www.todoargentina.net/biografias/Personajes/mazza.htm